miércoles, 3 de diciembre de 2008

Los cuadros.

Sí ya sé lo que quiere explicarme. Mis hijos me lo dicen siempre: que en un departamento pequeño viviríamos mejor, que Manuel está viejo y que en el centro estaríamos más cerca de ellos, pero yo no pienso mudarme. Ésta fue siempre la casa de mis sueños. La primera vez que llegué aquí tenía diecinueve años. Vine con mi padre a limpiarla unos meses después de haberla comprado. Mi madre nunca quiso mudarse aquí, decía que el primer día que entró sintió que tenía olor a otros y que al cerrar los ojos le parecía que todavía estaban aquí.
Al cruzar la calle la vi, con su portal majestuoso, y en el pecho, la cara de un león con una argolla de pesadísimo bronce en la boca. Cuando puse mis pies sobre el mármol verde de engalana el umbral, mi vida cambió para siempre. Después, el zaguán y al llegar a la garganta, un patio fresco reinado por un ceibo que dejaba caer sus flores sobre el pequeñísimo cantero que aún lo contiene. En corro estaban las ocho puertas que vi en ese momento.
Mi padre volvió a la puerta principal, había llegado el plomero que venía a hacer un presupuesto para cambiar el sistema de cañerías.
Yo me dispuse a revisar las habitaciones que se comunicaban entre sí, todas amplias con viejísima pinotea en los pisos y paredes húmedas. Volví a salir al patio central y caminé siguiendo el ángulo recto de la pared lateral, asentada en barro y tapizada por telas de araña, hasta que descubrí la novena puerta de la casa, más pequeña que las otras, perteneciente a una oscura habitación. Me agaché para entrar. Pensé que podría haber sido un cuarto utilizado como almacén. Pero cuando estuve adentro descubrí que en las paredes había pinturas colgadas. Eran trece en total. Me acerqué a una de ellas. No podía distinguir las formas dibujadas pero supuse que eran dibujos de un niño. Al pasar mi mano sobre ella distinguí las huellas que habían dejado las gruesas pinceladas del óleo. Separé el cuadro de la pared para descolgarlo porque la escasa luz que el viejo postigo dejaba colar no me permitía ver bien y, en ese momento, puedo jurar que el piso de la habitación se había inclinado tanto que me tumbé sobre la pared frente a la que me encontraba de pie y salí de la habitación despavorida. En el patio me encontré con mi padre:
-Vamos a casa- me dijo y yo caminé hacia él disimulando el miedo.- Me siento un poco mareado;… volvamos mañana.
Al día siguiente le propuse a mi padre volver pero él dijo que no podría ese día. Le dije que podía ir sola para terminar el trabajo y él me entregó un llavero de plata con una inicial en bajo relieve y una antigua llave oscura pendiendo de él. Caminé ligero y al llegar me dirigí sin escala al cuarto trasero. Esta vez dejé la puerta abierta para ver mejor… o para huir más rápido. Me paré en el medio de la habitación; la curiosidad aumentaba mi ansiedad y quería ver todos los cuadros a la vez, entonces giré en el sentido contrario al reloj recorriendo las pinturas una a una, como si viajara hacia el pasado observando un paisaje bidimensional muy peculiar. En algún momento algo se invirtió, los cuadros se transformaron en las paredes del cuarto y el cuarto en la pequeña caja de lados transparentes en donde me encontré prisionera, con la puerta abierta. Y lo vi a él pintando bajo el ceibo del patio principal. Primero de niño, después mayor. Pude verlo dibujándola a ella…, inventando su pelo mientras contorneaba su rostro con los dedos pintados de siena y ocre. Sentí sus manos… llevé las mías a mi cabeza y toqué las suyas inventando mi cabello, descubriéndome. Creo que en ese momento caí al suelo, desvanecida, para despertar unos minutos más tarde.
Busqué las llaves en mi bolsillo y salí de la casa.
Esa noche le pregunté a mi padre si tenía datos sobre el antiguo dueño de la casa.
- El vendedor me dijo que era de un pintor excéntrico, joven, que se mudó a Francia – me contestó- Un loco menos para este país. Decía que estaba enamorado de una mujer que habitaba adentro de sus cuadros.
Así fue como llegué a esta casa. Me enamoré de ella y de Manuel. No podemos mudarnos, ¿entiende? Aquí comenzó nuestro amor.


Ana Pérez Cazal.
3/12/2008

El otro yo

Todos dicen que estoy un poco raro estos días.
Mi psicoanalista me comunicó que estoy pasando un período de stress a lo mejor producido por el exceso de trabajo y responsabilidades.
A veces hago y digo cosas que luego viéndolas a la distancia no comprendo cómo las hice o las dije.
Hay muchas cosas que dejaron de gustarme.
Veo lugares que no visité y me resultan familiares.
Por la noche antes de acostarme estuve largo rato peinándome.Nunca me importó el cuidado de mi cabello
De pronto pregunté en voz alta:
-¿Acaso este que veo en el espejo soy yo?
De repente un sudor helado corrió por mi espalda y mi cara palideció cuando oí una voz que venía del espejo y me habló con mis propios labios:
-No eres tú. Soy el que vive dentro de ti.SOY TU OTRO YO. .