jueves, 25 de septiembre de 2008

POR DECISIÓN DIVINA

por Claudia Nájera


Por siempre, eternamente, ella, la de los ojos de lechuza, vela por su protegido, a quien esta vez ha enviado hasta la tierra de los feacios luego de que el temible Poseidón lo hubo revolcado en las aguas y profundidades del mar.
Ya más serena, al ver a Ulises descansando, envuelto por el candor que le ofrecen las hierbas, Atenea, la hija de Zeus, volve al Olimpo, desde donde ve con más claridad la situación y gesta así el resto de su labor.
Es allí, desde donde visualiza a Nausícaa, hija de Alcínoo, rey de los feacios, de hermosura celestial, durmiendo en su cámara escoltada por dos de sus siervas. Entonces resuelve embutirse en su sueño induciéndola a cumplir su quimera.
Nausícaa despierta sobresaltada, agitada, sorprendida, porque había soñado con la hija de Diamante, joven de su misma edad, quien azuza que tanto ella como sus criadas deben ir al río torrentoso antes del amanecer a lavar sus ropas, atormentándola con la idea de ser desdeñada por su pueblo por llevar sus vestidos sucios.
La bella princesa, corre por los corredores del palacio en busca de su padre, a quien sin contarle lo sucedido, pide que se le conceda un carruaje y mulas para cargar sus ropas hasta el río, ya que queda lejos del pueblo. Alcínoo no puede negarse y así lo ordena.
Despreocupadas y sin conocimiento del plan de Atenea, la de los ojos brillantes, las jóvenes de igual belleza, llegan a orillas del río, lavan las ropas, comen y beben y luego despojándose de sus vestimentas y vivándose entre ellas se bañan atraídas por la frescura del agua y se ungen con aceite sus blancos cuerpos.
Atenea, inquieta porque Ulises no despierta, guía a éstas a un juego de pelota en la rivera, mientras se les seca la ropa. Presurosa hace que una de las siervas no logre asir la pelota y corra tras ella gritando y riendo tan fuerte que Ulises despierta.
Desorientado, sin saber qué hacer, se pregunta en voz alta -como hablando consigo mismo-, si presentarse o no frente a esas personas; qué clase de gente viviría en esa tierra. En la confusión decide cortar una rama de uno de los más frondosos arbustos y tapando su virilidad, se levanta y se encamina hacia aquellas personas. Éstas al verlo salen horrorizadas corriendo por las márgenes del río, menos Nausícaa, que por decisión de la hija de Zeus, queda allí inmovilizada, impactada.
Ulises al ver que simplemente se trata de hermosas mujeres, resuelve presentarse, pero una vez ante Nausícaa se pregunta si aquel ser sería diosa y mortal y solamente atina pensar en halagar no sólo a la bella doncella, sino de hacerlo extensivo a su padre, madre, hermanos y aún más, al hombre que lograse llevarla a su hogar luego del matrimonio.
Pero estaba allí, parado, desnudo, sucio e impaciente, sabiendo que algo debía hacer para beneficiarse, pidiendo auxilio a una mujer sin asustarla con su historia. Pero… ¡qué hacer!, ¡qué decirle!
Atenea inspira a Ulises con dulces y sensatas palabras, que salen de su boca como hálito, para lograr convencer a Nausícaa de que lo conduzca hasta la ciudad y lo presente a las personas que pudieran ayudarlo a regresar a su pueblo.
_ ¡Ohhh, por los dioses del Olimpo! - dice poniendo cara de extrañado -, es que dejaron bajar una de su especie a la tierra de los mortales o me encuentro entre ellos?, o serás otra prueba más a vencer?
_ Otra prueba a vencer? - repite Nausícaa, mirando fijamente a los ojos del hombre que tiene frente a ella, y muy intrigada le pregunta- una prueba yo?, es que no sabes realmente ante quién te encuentras?
_Realmente no, pero sin ánimo de ofenderla confieso haberme quedado impactado ante inigualable belleza y sólo he pensado en voz alta -dice Ulises con gestos de gran preocupación.
_¿De qué prueba hablas? –insiste Nausícaa, curiosa como toda mujer.
_Sólo de llegar a salvo con los míos, esposa e hijo, los que no saben de mi infortunio - contesta Ulises dejando así en claro desde el principio, no tener otra intención para con ella.
_Pues, de ser así, debo llevarte ante mi padre, Alcínoo, el rey de los feacios, él sabrá qué hacer y de hecho, en poco tiempo estarás con tu familia - dice Nausícaa con la altivez de toda una princesa - pero para ello debes presentarte decorosamente.
_Que así sea! – responde Ulises decidido a dejarse llevar por la voluntad de Nausícaa, que no es otra que la de Atenea.
Así es, como maravillada, obnubilada ante este hombre, único, no por su desnudez, sino por la gracia dada por su protectora, responde con firmeza ordenándoles a sus criadas que lo bañasen en un lugar resguardado del río.
Ulises por pudor se niega y pide hacerlo por sí mismo.
La diosa Atenea, una vez más pone en juego su magia dotándolo con la gracia de un cuerpo más robusto y al presentarse ya limpio, vestido, con la cabellera y cuerpo librados del salitre y ungido con aceite, Nausícaa queda absorta, ensimismada ante semejante ser y sin querer, deja salir de sus labios una frase que, la que no deja nada librado al azar , hace que quede grabada en el pensamiento de Ulises.
_Mortal, yo te conozco, has estado en mis sueños… de no ser vos te aseguro que se te parece en demasía.
Ulises no dice nada, prefiere dejar pasar aquello como un cumplido y mira a Nausícaa con una expresión de desconcierto, como aturdido.
Atenea atenta a los acontecimientos, sigue minuciosamente los hechos, conduciéndolos a su antojo, ya que de cualquier modo debe completar su cometido.
Así, Nausícaa, la ninfa de los feacios, con la condición de que Ulises la siguiese junto a sus criadas, caminando detrás de la carreta, porque no sería prudente llegar con un desconocido y menos “encontrado” como regalo del mar, lleva al forastero ante los de su pueblo.
Desde lo alto, Atenea observa placentera su obra, porque como se lo propuso, una vez más, no sólo salva la vida de Ulises, por medio de Nausícaa, sino que logra comenzar otra historia enredando sus vidas.

1 comentario:

claunaje dijo...

Chicas, perdón hubo mala imprenta.A fe de herratas: Nausícaa
deja salir de su boca una frase en la que Atenea no deja nada librado al azar.
Disculpen y gracias.